La magia del circo

Castellana de nacimiento y gallega de adopción, Davinia Rico se instaló en A Coruña en 2011, después de haber estado viviendo “en millones de sitios”. Una decisión que tomó por lo mucho que le gustaba la ciudad y por el vacío que había en la enseñanza de técnicas circenses, que ella conoció en Inglaterra hace más de dos décadas, cuando estaba estudiando arte dramático. “Por aquel entonces, en España no se podían estudiar y a mí me engancharon. Tanto, que eso fue hace veinte años ¡y aún no lo dejé!”, cuenta Davinia Rico, cuya especialidad son los aéreos y su amor, el trapecio, reconociendo que nunca le gustó el circo clásico, “ni siquiera de pequeña, y sigue sin gustarme; yo solo cojo sus técnicas y las llevo a mis creaciones”, y que se enamoró de Galicia cuando vino a trabajar con un espectáculo.

Tras pasar por varias compañías, hacer colaboraciones con otras como la de Nelson Quinteiro, y tener la suya propia, con la que puso en marcha La vida de las tormentas, “un proyecto súper loco que desarrollamos con una beca de la Universidad de A Coruña, que combinaba muchas disciplinas como las arte plásticas, la música experimental en directo y un video con proyecciones”, Davinia decidió abrir ZŌ, después de dar clase en otras escuelas.

El curso se desarrolla con clases semanales de septiembre a junio, que incluye formación y la creación de coreografías y de espectáculos. También se celebran cumpleaños temáticos muy especiales sobre el mundo del circo y en verano campamentos intensivos, aunque el covid ha cambiado todo eso. “Cada clase consiste en calentamiento, fuerza, ejercicios con aparatos y creación de figuras, antes de acabar con un estiramiento y relajación profundas”, y aunque muchos llegan a ZŌ con los ojos puestos en las telas, Davinia dice que “terminan mirándolas de reojo durante todo el año, porque suponen el doble de esfuerzo, y mucha más fuerza y destreza, y no son tan agradecidas. En dos o tres clases ya puedes hacer algo en cualquiera de los otros aparatos, y en la tela cuesta incluso aprender a subirse”.

E insiste en que “es vistosa, pero para mí aburrida, porque es más limitada. En un trapecio tienes dos cuerdas y una barra para jugar, y el aro también permite hacer muchas cosas…”, algo que parece haber contagiado a su alumnado, especialmente al más joven, “a quienes les encanta todo, especialmente hacer volteretas, giros… todas las acrobacias aéreas, y también los malabares”.

Abierto el curso para público a partir de los 4 años, Davinia Rico explica que “en ZŌ se cuida mucho al grupo. Yo tengo una manera de dar clase muy positiva para ellos, protegiéndolos e inculcándoles la filosofía del circo, que es la familia; si tú te caes, yo me caigo. Se genera un espacio estupendo para ellos porque están en casa”.

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