Sobre las once de la mañana del 11 de junio en la Plaza do Obradoiro la gente miraba cauta hacia el cielo. Era la hora marcada para el eclipse, y Galicia se presentaba como el mejor punto para divisarlo. En el corazón de Compostela, frente a su imponente Catedral, fotógrafos y peregrinos se mezclaban con sus cámaras en las manos y sus sonrisas tras las mascarillas. En ese momento salía el alcalde del Pazo de Raxoi para asistir a la cita concertada. Xosé Sánchez Bugallo regresó a la alcaldía dos años atrás sin imaginar que algún día pondría sus pies en un vacío Obradoiro.

Al alcalde le pasó durante los peores meses de la pandemia una sensación similar a la que invade a los estudiantes que, tras cuarto de carrera, permanecen en la ciudad sin la rutina de las clases y las cañas con los amigos. Los que la vivieron sabrán reconocerla. «Estamos acostumbrados a una ciudad pletórica de vida, con mucha gente en las calles, gente joven, estudiantes, mucha variedad… y vivimos una etapa totalmente distinta», cuenta al recordar entre risas que hasta el atasco que vivió hace unos días le pareció reconfortante. «Era la fiesta del comercio, y no es que me parezcan buenos los atascos, pero en ese momento puntual fue un alivio, un síntoma de recuperación»

Al compás del verano que llama a la puerta, Compostela vive estos días un soleado despertar en el que el Xacobeo es más que una palabra que acapara titulares y se presenta como vital para el futuro económico. «Está ahí desde hace casi 900 años pero este año es especial. El último antecedente de una situación tan extraordinaria lo tenemos en la gripe de 1918. Estamos ya trabajando en hacer que la prórroga Xacobea sea muy potente después de unos meses en los que hubo que priorizar las ayudas a los sectores más afectados por la pandemia», promete con esperanzas el alcalde.

Con la puerta abierta a todos esos turistas que llenaban las calles del Franco y a los peregrinos que creaban sus propios cantos de taberna, la óptica de un picheleiro como él invita a conocer Compostela al otro lado del espejo, lema presentado en la cita de Fitur de este año. A ese otro lado, más allá de la sombra de la Catedral y de las calles señaladas en rojo en el mapa turístico, está una ciudad de piedra, lluvia y calor asfixiante en los meses de verano que esconde el encanto de la calle de San Pedro o del parque de Belvís. Para Xosé Bugallo esos son algunos de sus lugares predilectos, a los que suma el barrio de Sar y a sus adorados paseos cerca de los ríos a los que le escribía Rosalía.

«Hay todo un mundo por descubrir en Compostela más allá del casco histórico. Los paseos fluviales, el río Tambre, que es un recurso que hay que poner en valor, el extraordinario Pedroso, la ruta del Banquete de Conxo, la nueva ruta perimetral de más de 30 kilómetros, que invito a descubrir. También parroquias como Grixoa, espectacular y absolutamente desconocida. Y los diferentes Caminos, de los que mis favoritos son el de Fisterra o la ruta de la Plata, también los paisajes que deja el Inglés cuando llega ya al Tambre» cita el alcalde en la composición de esa otra Compostela.

En el relato sobre su callejero particular, destacan los rincones que componen sus recuerdos de la infancia, y en los que entre travesuras creció hasta llegar a la etapa universitaria. Con sus amigos de La Salle, Xosé Bugallo jugaba pachangas diarias convirtiendo la Quintana en su particular campo de fútbol. Algo que les costó más de una pelea con los agentes municipales, que les confiscaban o rajaban los balones con la navaja. Preguntado por si imitó a Ronaldinho con alguno de los elementos de la Catedral, prefiere no responder y certifica que, en este caso, el que calla si otorga. «Pero tengo que decir que está prescrito y puedo alegar que tenía 11-12 años en ese momento, era menor», confiesa entre risas. Se siente también culpable de las barras metálicas con ganchos que le impedían subir a los tejados del templo, y no descarta la idea de que se colocasen por las tantas veces que con los amigos quiso divisar la ciudad desde el alto.

En la Compostela del espejo de infancia de Bugallo también están el parque de Galeras, el Eugenio Granell, las Brañas de Sar o la rúa de Xelmírez, por la que bajaba a toda velocidad montado en un carrito con rodamientos de bolas con cuidado de no encontrarse con la fuente de Platerías al hacer la curva. La diversión infantil en todos esos lugares dejó después lugar a una etapa que vivió como tantos universitarios, con ansias de libertad, y con agradecimiento a unos padres que se la concedieron. La responsabilidad política llegaría después materializada ahora en convertir Compostela en el polo cultural e industrial, más allá del gran vínculo al turismo: en dar cabida a otras realidades a ese otro lado del espejo.